domingo, 16 de marzo de 2014

La pintura barroca en España (II): Velázquez.

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1.599 - 1.660) adoptó el apellido materno, algo muy frecuente en esa época en Andalucía.

FORMACIÓN:

Estudió en Sevilla en los talleres de Francisco Herrera el Viejo y de él aprendió:
  • los fundamentos de la pintura barroca,
  • la inspiración en la realidad directa,
  • la importancia del color y la valoración de la luz.
En el taller de Pacheco (1.610-1.623) aprendió a idealizar el natural (principio de realismo idealizado de Velázquez). Con el tiempo, Velázquez se casó con la hija de su maestro, Juana.
Pintó cuadros de género con temas de la vida cotidiana para los que estudiaba modelos humanos y en los que predomina el tenebrismo, con figuras iluminadas en primer plano que destacan sobre un fondo oscuro.
En esta "Vieja friendo huevos" anticipa ya muchas características de su pintura, como la complicada composición. Hay gran cantidad de objetos en torno a los dos personajes y ha resuelto su distribución de forma hábil, aunque todavía está lejos de las composiciones magistrales de su madurez. Los objetos resultan un poco amontonados, recargando el primer plano del lienzo. Ha conseguido casi a la perfección la calidad material de cada uno de los objetos.
Hay que destacar la disposición de las figuras humanas colocadas a ambos lados de una diagonal casi perfecta, extremadamente calculada, compuesta de arriba a abajo por la cabeza del muchacho, su mano, los dos brazos de la vieja y el almirez. Esta cuidadosa composición geométrica es muy característica del sevillano.


En "El aguador de Sevilla", fechada hacia 1.620, vemos como su naturalismo avanza a pasos agigantados. El tenebrismo todavía envuelve a las figuras pero permite ver sutilmente las personajes del fondo. La calidad del vidrio y de las cerámicas del primer término son insuperables. Todos los detalles (agua que gotea del cántaro, reflejos del cristal) han sido realizados con indisimulada preocupación. El muchacho de la izquierda parece el mismo modelo que el del cuadro anterior. Lo más valiosos de esta obra es el rostro que se adivina en las tinieblas del segundo plano. La composición es más ágil y suelta.









Entre las obras religiosas de esta primera época tenemos "La adoración de los Magos" de 1.619. Se supone que los reyes son retratos de Pacheco y del propio Velázquez (el más joven).  La Virgen sería su esposa, Juan Pacheco y su hija Francisca sería el Niño. Es un cuadro tenebrista con una composición sencilla y original. Recurre a un efecto luminoso frecuente para conseguir la ilusión de profundidad: un primer plano en semioscuridad y un segundo plano muy luminoso y un tercer plano profundo y tenebroso, y al fondo una apertura luminosa en la lejanía.
Esta estratificación de plano luminosos la empleará siempre, si bien con el tiempo va perfeccionando la calidad de cada plano y las relaciones entre ellos.






PRIMERA ETAPA MADRILEÑA (1.623-1.629).


En 1.623 es nombrado Pintor de Cámara y permanece en la Corte. Su obra en este momento tiende a valorar más la luz en función del color y la composición, con lo que se aclaran sus fondos.
Inició su actividad como retratista regio. Los retratos de los monarcas y personajes de la Corte están idealizados y dignifica su condición.

Este es el retrato del Infante D. Carlos, hermano de Felipe IV. La forma de presentar al infante sigue los criterios del siglo XVI, pero supone un gran avance por la supresión de toda referencia espacial y el empleo de luz tenebrista.






Este  otro es retrato de Felipe IV es un claro ejemplo. La radiografía muestra que pintó la figura con una postura algo diferente y que más tarde repintó el cuadro. Este cuadro es un claro ejemplo de la manía de Velázquez por rehacer sus obras.






En 1.634 el Conde-Duque de Olivares le encarga un retrato. Su amigo Velázquez aplica todas las características del retrato cortesano. Está pintado como un caudillo en la batalla, pues se quería conmemorara la victoria sobre el príncipe Condé en Fuenterrabía.
Lo más espléndido de la obra es el espléndido estudios del caballo en movimiento (típica corveta de la escuela española) y el fondo verdoso que se adivina a lo lejos.
La armonía de colores resulta exquisita y toda la composición responde a un tipo de retrato que Velázquez  practicó mucho con la familia real.







La obra maestra de esta primera etapa madrileña en "El triunfo de Baco" o "Los Borrachos". Esta obra está fechada hacia 1.628, aunque retocado tras su vuelta a Italia en 1.631.
Tiene parecido con algunos modelos de Rubens y con otros de Caravaggio, sobre todo el personaje central que recuerda al Baco de Caravaggio.
Los críticos discuten sobre el carácter de parodia que tiene la obra. Lo que sucede es que Velázquez interpreta el mundo mitológico a su modo. Velázquez trata con respeto a los personajes, sean mitológicos o religiosos.
El vagabundo del sombrero que está a  la derecha de Baco y el amigo que asoman a su espalda están copiados de un original de Rubens.
Desde el punto de vista técnico, en esta obra vemos una renovación muy notable de la paleta con el empleo de tonos ocres y un abandono del tenebrsimo.
La composición es complicada y perfecta. El cuadro tiene una estabilidad enorme debido a la monumentalidad y firmeza de las figuras.


PRIMER VIAJE A ITALIA (1.629 - 1.631).

 Su viaje a Italia supuso una renovación de su obra. El contacto con Rubens y estudio minuciosos de las Colecciones Reales del Alcázar culminan con un viaje a Italia, cuna del Renacimiento. Cuando Velázquez llega a Italia ya era un hombre formado.  Reconoce que le gusta Rafael, pero las pinturas que levantan su admiración son las venecianas, sobre todo Tintoretto.
Esta contemplación influye en su obra e introduce una nueva época marcada por una claridad en su paleta, un estudio de los modelados anatómicos y la utilización de una composiciones más estructuradas y complejas.
De Italia trajo dos lienzos: "La túnica de José" (arriba) y "La fragua de Vulcano" (abajo).
Estas obras nos alejan de su época tenebrista. El pintor sabe representar la profundidad espacial sin recurrir a los fuertes contrastes de luz y sombra. Dos hueco luminosos (la puerta y la hoguera) trazan el contrapunto luminoso final ante el que se sitúan, con gradación de tonos y contornos exquisitos, los tres planos clásicos: uno sombreado, otro luminosos y un tercero en semioscuridad.
Todavía sigue empleando tonos ocres pero ya descubre la elegancia del gris.

SEGUNDA ETAPA MADRILEÑA (1.631- 1.649).
De vuelta a Madrid Velázquez inicia una etapa en la Corte.
Empieza a preocuparse por los efectos de la luz y de la luminosidad cambiante al aire libre.
Su objetivo es representar la luz real y sus efectos, lo que le impulsa a utilizar pinceladas quebradas y yuxtapuestas,  y colores muy fuidos.
La temática de sus obras en estos años van desde retratos de corte, pinturas religiosas, históricas y paisajistas. Destacan los retratos de bufones en los que consigue sacar algo bellos de la fealdad.

Este es el de Pablo de Valladolid.  Quizá es el más humano y el mejor conseguido de todos. Lo más excepcional es la irrealidad espacial, ya que no está en ningún sitio.  El fondo es ambiguo y confuso. Desde el punto de vista cromático destaca la unidad de tonos que le sobriedad al retratado.





"El niño de Vallecas" fue pintado en 1.637. En él podemos destacar por partes iguales la factura del color (un auténtico prodigio) y la penetrante psicología del retrato. Velázquez parece desatenderse un poco de la búsqueda de la profundidad que constituía su obsesión en los primeros tiempos.
Estamos en la época más equilibrada del autor.











El único cuadro histórico que conservamos es "La Rendición de Breda" o "Las lanzas". Fue un encargo del Conde-Duque de olivares para la Sala de Reinos del Palacio del Retiro. Esta obra muestra la rendición de la ciudad de Breda, que  tras un largo asedio capituló.

Fitxer:Velázquez - de Breda o Las Lanzas (Museo del Prado, 1634-35).jpg

Velázquez eligió el momento de la entrega de llaves y lo planteó de forma novedosa al mostrar la generosidad y humanidad de los vencedores ( y, por extensión, de la Monarquía hispana).
Si nos fijamos en la composición, el espacio central está ocupado por los dos protagonistas. El general holandés se inclina ofreciendo las llaves de la ciudad al general Spínola. Este, amablemente, se lo impide, estableciendo un puente de unión entre los dos hombres. Este gesto del vencedor evoca la imagen de la caridad cristiana y también de la grandeza del vencedor.
La victoria está planteada de manera sutil. A los lados de los protagonistas, inmersos entre la zona de luz y sombra, se sitúan los dos ejércitos.  A la izquierda el holandés, en desorden, y a la derecha el español, en orden y con las lanzas alineadas.
La perspectiva aérea articula la composición a través del estadio de luz y del color. El primer plano queda contrastado por el paisaje del fondo, que va perdiendo cromatismo hasta convertirse en una maravillosa luz plateada. La sensación de profundidad se refuerza con detalles sencillos pero efectivos como la disposición oblicua de los dos caballos y de los grupos de soldados con lanzas.

Para decorar el Salón de Reinos realizó varios retratos ecuestres, entre los que destacan el de Felipe IV y su esposa, Doña. Isabel de Borbón, y sobre todo los del infante Baltasar Carlos, al que Velázquez demostró siempre un cariño especial.  El fondo del cuadro, con la Sierra de Guadarrama, está compuesto por grises, azules y verdes, es de una belleza inolvidable. También es ideal el salto de Corveta del caballo. El escorzo del animal es prodigioso.


SEGUNDO VIAJE A ITALIA (1.649-1.651).


De este periodo son los retratos del Papa Inocencio X y su criado, Juan de Pareja.
Este retrato del Pontífice es considerada su mejor obra como retratista. El Papa quiso recompersarlo económicamente pero Velázquez rechazó el dinero alegando que era pinto de cámara del rey español y que lo que había hecho era un acto diplomático. Hay que destacar el tono asalmonado de la prenda superior, tan similar a la Venus del espejo.
Este es el retrato de Juan Pareja.



Este segundo viaje a Italia lo hizo para comprar obras de arte para las Colecciones Reales.  Las obras que pintó durante su estancia denotan la influencia de Tiziano.  Esta es la "Venus del espejo".


Esta obra perteneció a la Casa de Alba y fue vendida al valido Godoy. Probablemente fue robada por algún soldado inglés tras la conquista del Palacio de Buenavista (Madrid) durante la guerra de la Independencia (1.808-1.814).
Llama la atención la sorprendente postura ya que, por razones que nunca conoceremos, decidió pintarla de espaldas. La composición de esta obra nos parece la mejor de de todos los cuadros de Velázquez, sin tener en cuenta los dos grandes grupos de sus últimos años (Meninas-Hilanderas), pero superan a aquellas en sencillez y armonía. Los cinco colores dominantes se hallan perfectamente compensados.

TERCERA ETAPA MADRILEÑA (1.651-1.660)

Para los retratos emplea la técnica impresionista, una rica policromía y la técnica de yuxtaposición y superposición de pinceladas. Sobresalen los retratos de la infanta María Teresa, la reina Mariana de Austria y este de la infanta Margarita.
Esta es una obra moderna e impresionista como puede comprobarse observando el medallón que la infanta luce sobre el pecho, las flores del pelo, la cadena, los encajes y tantos otros detalles que a distancia resultan casi desintegrados.
El azul domina la composición. La armonía cromática de este cuadro es una de las más hermosas de toda la obra velazqueña.





En esta etapa los cuadros mitológicos son importantes por su técnica pictórica en el tratamiento de la luz, el color y la composición, y en la concepción intelectual y simbólica del tema.

Este es "Mercurio y Argos" . El cuadro representa el momento en que Mercurio mata a Argos mientras en la oscuridad de la noche brilla el acero, lo que parece contener una alusión a la política del momento.
"Las hilanderas" narra la fábula de Aracne, una tejedora que desafió a los dioses. Atenea se disfrazó de anciana para disuadirla pero, al no conseguirlo, se enzarzaron en una competición. Aracne hizo un tapiz sobre el rapto de Europa, un momento de debilidad de su padre. Atenea la convirtió en araña.




 
La composición juega con el recurso barroco de insertar un cuadro dentro de un cuadro, invirtiendo el orden de importancia del tema, ya que lo trivial (la actividad de las hilanderas) está en primer plano y lo esencial en segundo (la historia mitológica).
El cuadro es, sin embargo, más complejo. Las hilanderas trabajando representan la competición entre Aracne y Atenea.  La joven de espaldas, con falda azul es Aracne y la hilandera que maneja la rueda es Atenea, como demuestra su joven y torneada pierna.
Al fondo, en una segunda estancia, se mueven tres muchachas. Dos de ellas observan el tapiz y una se vuelve a mirar a las hilanderas estableciendo un significativo puente con la escena de la estancia anterior.
En el tapiz, las figuras de la diosa y Aracne permanecen frente el tapiz tejido por la propia Aracne que, a su vez, es un homenaje al Rapto de Europa de Tiziano. El gesto amenazador de Atenea es una referencia al castigo simbolizado por el violonchelo que aparece en la estancia alta (la música era considerada como el remedio tradicional contra las picaduras de araña).
Velázquez trabaja la perspectiva aérea con esa pincelada suelta, casi impresionista, que hace practicamente tangible la atmósfera polvorienta del taller. También es destacable el magistral estudio de los planos lumínicos.
La habitación alta recibe un haz de luz brillante en diagonal que diferencia el espacio del tapiz (ficticio) del de la habitación (real).

En "Las Meninas", Velázquez se recreó con los efectos lumínicos, haciendo que la luz incidiese sobre las figuras  en primer plano y sumergiéndo en la penumbra a las más alejadas.

El juego de luz y sombras ayuda a crear la ilusión del espacio en el cuadro.  La luz que entra por la puerta del fondo y su contraste con la oscuridad del techo y de la pared lateral a la derecha del observador dan profundidad a la escena.
La paleta es clara, luminosa de una gran riqueza de colores y matices. La pincelada es larga, fluida y visible. Los contornos de las figuras se difuminan.
Las formas etéreas de los reyes reflejados en el espejo fueron realizadas con un pincel hudecido con más trementina que pigmento.
En lo que a contenido se refiere, en 1.843 el pintor Madrazo lo llamó "La Meninas" porque menina significa dama de honor en portugués. Ha habido muchas interpretaciones sobre este cuadro: retrato de la infanta Margarita, un elaborado juego de espejos, un retrato de la familia real, un intento de pintar a Felipe IV en sus últimos años, etc...
La composición está formada por grupos de personajes en primer plano, dispuestos en dos grupos de tres. En el central destaca la infanta Margarita y a sus damas de compañía: María Agustina Sarmiento, que le ofrece un búcaro de agua en plato de oro, e Isabel de Velasco que se inclina.
A la derecha del espectador se encuentra otra triada, compuesta por la enana macrocéfala Maribárbola, el enano Nicolasito y un mastín. Las anomalías físicas y los colores oscuros de los vestidos de los componentes del grupo resaltan la belleza y la claridad cromática de los atuendos de los otros tres. Detrás de los personajes en primer término conversan, medio ocultos en las penumbras, la dama de honor Marcela de Ulloa y un guardadamas.
En el extremo opuesto y detrás de un gran lienzo está el propio Velázquez. La cruz roja de Santiago que luce en el pecho fue añadido después del fallecimiento del autor por orden del rey.
El hombre que sube los peldaños de la escalera es José Nieto, aposentador de la Corte. Su mano nos lleva a el punto de fuga del cuadro, que se encuentra en la silueta de los reyes de España reflejada en el espejo.



No hay comentarios: